Joker (2019) de Todd Phillips
Antes de comenzar a hablar de Joker, sería apropiado remontarse a una obra tan citada como Batman: The Killing Joke (1988), fruto de la combinación entre la genial pluma de Alan Moore y las ilustraciones de Brian Bolland. Si bien sigue conservando elementos propios de un cómic (por ejemplo, la inevitable caída en un piletón de ácido), fue un hito en la deconstrucción de los superhéroes (a la cual se sumaron los aportes de otros autores, como Neil Gaiman, Frank Miller, Howard Chaykin o Grant Morrison).
El mayor aporte, a mi entender, de The Killing Joke consistió en plantear la cuestión del origen del joker, y su encarnizado enfrentamiento con Batman, bajo el designio de un conflicto de clases: Batman no decidió ser quién es, pero puede serlo gracias a la enorme riqueza heredada por Bruce Wayne. Su antagonista, en cambio, un anónimo operario de una planta química, termina convirtiéndose en el joker por no haber podido ser quién añoraba, al ver frustrado su sueño de una carrera de comediante de stand-up (cuestión, esta última, que vemos retomada en la obra de Phillips).
En relación a la influencia de The killing joke, lo llamativo en Joker es la tendencia a llevar ese grado de realismo a otro nivel, humanizando absolutamente tanto a su protagonista, como a los demás personajes que interactúan con él. Atrás quedaron las bromas de César Romero, el guasón de esta película dista mucho de la inmortal encarnación de Jack Nicholson o de aquel payaso animado doblado por Mark Hamill, ya que en dichas versiones se trataba de un villano totalmente desquiciado que, sin embargo, se hallaba al mando, en control de sí mismo y de otros, con capacidad tanto de idear planes, como de seducir a Harley Quinn. Tampoco se asemeja el Joker de Phoenix a la maquiavélica y manipuladora versión que nos dejó Heath Ledger (donde hasta los errores cometidos por el clown prince of crime parecían ser deliberados). Arthur Fleck es totalmente nuevo en este sentido, siendo uno de los aciertos de la película el modo en el cual se presenta la distorsionada mente de un enfermo psiquiátrico. Esta innovadora aproximación, cuyo eje se centra en humanizar a cada personaje, se extiende a las distintas personas con las cuales Arthur se va topando a lo largo de la cinta. Pensemos por un momento en la forma en la cual se representa a Thomas Wayne, pasando de la clásica imagen de una suerte de “santo” de Gotham, multimillonario filántropo, ansioso por construir obras públicas, al personaje -mucho más verosímil- de un hipócrita empresario adinerado con aspiraciones políticas (capaz de encubrir, si se quiere, el propio nacimiento de su hijo ilegítimo sólo gracias a su poder e influencia).
El realismo no se detiene solamente en el tratamiento de los personajes, sino que se extiende a la visión de Ciudad Gótica recreada por el ojo de Tod Phillips Vemos una Gotham sucia, con sus calles mugrientas e inundadas de seres anónimos, de una manera impactantemente mundana, realista, permanentemente desde abajo, entre las ratas gigantes que invaden la ciudad. Esto representa un marcado contraste con las clásicas alturas desde las cuales Batman, omnipotente, suele ver todo.
Resulta interesante la cuestión del joker dando inicio a un movimiento en las calles de Gotham. Podría afirmarse que Arthur Fleck representa al sujeto social medio, es decir, a partir de la secuencia que tiene lugar en el vagón del tren, al asesinar a los tres ejecutivos de Wall Street que acosaban a una mujer. Eso ocurre en un contexto en el cual Gotham se ve envuelta cada vez más en una enorme tensión social entre pobres y ricos, reflejo de la misma es el discurso de Thomas Wayne, a quien le dolía la muerte de los tres yuppies, sin conocerlos siquiera, pero arrogándose el derecho a llamar payasos a quienes “no han hecho nada con sus vidas”. Luego de ese acto, vemos como todos los sectores desposeídos de Gotham adoptan la cara del payaso (Carnaval como nos dice el mismo Arthur que era su nombre artístico), apropiándose de ese rostro como si se tratase de un símbolo, en alusión a lo que se percibe como un acto de justicia en manos de un héroe anónimo. Desde ese momento, nuestro protagonista pasa a convertirse en una suerte de mártir, aceptando toda la miseria de su vida y transformándose en un asesino a través de todo el odio y el disgusto inherentes a su propia existencia, lo cual -paradójicamente- parecería ser su mejor bien, ya que de esa forma logra hallar un lugar en el mundo, cuando antes claramente no lo tenía.
Se trata de una visión política, si se quiere, luego del asesinato de los tres yuppies en el tren, cada vez más personas van adoptando la cara del payaso como emblema. A la larga asistimos a la conformación de un movimiento, cuyo clímax se encuentra en la escena en la cual una ambulancia embiste el patrullero en el que era trasladado Arthur. Este último es sacado del derruido vehículo como una figura religiosa, casi inmortalizándolo, dando a entender que él ya es el sujeto social. Dicho de otro modo, el guasón antes era una persona común y corriente (más allá de sus problemas pisiquiátricos), alguien que trabajaba para subsistir y se miraba a la cara con todos, uno más entre los tantos que circulaban por las calles repletas de basura de Gotham. En la penuria de su existencia, odiaba a todo el mundo (quizá sin expresarlo, pero ciertamente odiaba a la vida). El asesinato de los tres empleados de Thomas Wayne es un punto de inflexión, momento en el cual Fleck comienza a ser alguien en la sociedad. De allí en más ya no observa el rostro de los otros, solamente ve la imagen del payaso emergiendo entre las multitudes y resaltando en los titulares de periódicos, es decir, se ve a sí mismo. En este sentido, la película nos propone un juego interesante: alguien podría -como lo hizo Thomas Wayne- condenar fácilmente el asesinato de los tres ejecutivos, pero la singularidad radica en que el joker, a través de esas tres muertes, logra construir su libertad, y el filme, en uno de sus mayores aciertos, consigue mostrar desde ese lugar las bondades del personaje (lo cual lo hace todavía más perverso y fascinante).
La inserción de problemáticas sociales es constante a lo largo de todo el metraje, por ejemplo, la permanente pérdida de apoyos que va experimentando Arthur Fleck, cuyo agravante mayor se encuentra en el cierre del programa de ayuda psicológica, al cual él asistía, debido a una cuestión de recortes. En esta lógica, las diferencias de clase quedan acentuadas en una escena como aquella en la que Arthur decide colarse al teatro en el que se exhibía Modern Times de Charles Chaplin. El interior de ese edificio posee un aire casi digno de un palacio, hallándose repleto de hombres con smoking y mujeres elegantemente vestidas. Las escenas en esa locación sólo refuerzan el agudo contraste entre el mundo de mingitorios con acabados de oro y la acuciante realidad que enfrentan los habitantes más pobres de Gotham -hallándose nuestro protagonista entre estos últimos-.
No es una decisión aleatoria la de presentar a la élite de Ciudad Gótica deleitándose con Modern Times. La risa de los más privilegiados halla su causa en las peripecias que sufre el personaje de Chaplin, tratándose de una cuestión constante a lo largo del filme, en un contexto en el cual Arthur termina erigiéndose como un símbolo de los sectores explotados. Esta obra de Chaplin había sido estrenada en 1936, Joker, por su parte, se ambienta en 1981, año en que se inauguraba el dominio de la administración Reagan en la Casa Blanca, marcado por unas políticas que beneficiaban a los empresarios. Inclusive, puede apreciarse una reminiscencia entre el aspecto de Ronald Reagan y la apariencia de Thomas Wayne. De esta forma, Joker logra insertar la crítica social dentro del género de películas basadas en cómics de un modo eficaz, visibilizando la lucha de clases y los desajustes del sistema, la continua imposición que los adinerados ejercen sobre los menos favorecidos.
La película también incluye su buena dosis de crítica a los medios, sirviéndose para este fin del personaje de Murray Franklin, presentador televisivo encarnado por Robert De Niro. No puedo evitar señalar que la escena del joker asistiendo a un programa de televisión como invitado constituye un encantador homenaje a The Dark Knight Returns, el magistral clásico escrito y dibujado por el polémico Frank Miller en 1986 (existiendo una adaptación animada, producida en 2012 y dividida en dos partes, que se encuentra a la altura de la novela gráfica). En la obra de Miller, el joker también asiste como invitado a un talk show, si bien es una caracterización bastante particular del personaje, muy diferente a la propuesta de Phillips y Phoenix (pero no por ello menos interesante).
Volviendo al filme de Todd Phillips, lo interesante aquí es lo que representa Murray Franklin y su ardiente deseo por facturar, el cual tendrá unas consecuencias trágicas y predecibles. Al asistente de producción del programa, la aparición de Arthur Fleck le pareció, más que la de un lunático, la de un patético, allí es cuando le advierte a Franklin que no podían "presentar algo así". Este último responde “funcionará”, es decir, sólo importa algo en la medida que sea rentable, generando un alto índice de rating, quedando así expuestas las lógicas imperantes en la gran industria mediática (quizá una de las razones por las cuales esta película le ha molestado a cierto sector de los medios, tal vez -como ya han señalado otros- remite a una suerte de espejo).
Las virtudes de Joker son tantas, que podría continuar hablando de una infinidad de aspectos que llamaron mi atención a lo largo de las tres funciones a las cuales asistí (y créanme cuando digo que cada una de ellas valió la pena). Phoenix se luce, sabiendo muy bien cuándo hacernos sentir ternura, tristeza, incomodidad, empatía, miedo. El uso de los colores es una herramienta manejada con destreza en la película, pareciendo casi como si las diversas tonalidades que pueden apreciarse reflejaran el cambio que va experimentando Arthur Fleck, contando al principio con una abundancia de grises, opacos y colores claros, cuyo brillo debería relucir, pero sólo brillan al final. La música es otro elemento fundamental, desde "Temptation Rag", el ragtime que suena al principio o "Slap That Bass", un número musical extraído de una película de Fred Astaire y Ginger Rogers de 1937 (la letra del mismo acompaña bien a Joker: “The world is in a mess/with politics and taxes/and people grinding axes/there’s no happiness"). Una de mis partes favoritas, de mayor belleza poética, es aquella hacia el final en la cual el juego de luces de ambulancias y vehículos de policía se combina con las llamas, reflejándose en la ventana del patrullero en el que se encuentra el joker, quien contempla todo con una mezcla de asombro y alegría (casi como un niño extasiado), de fondo, escuchamos "White Room" de Cream, creándose de esta forma una escena hermosa, ya sea visualmente o por la elección de la pieza musical.
Bajo todo sentido, me resulta altamente saludable la aparición de un producto como Joker, podría decirse que a los norteamericanos cada tanto se le suelen escapar joyas de esta índole. A modo de cierre, me remitiré a un momento preciso: frente a las cámaras del estudio televisivo el joker afirma no tener nada que perder. No pude evitar recordar un pasaje de la obra de Roberto Arlt, se trata del diálogo entre Hipólita y el Astrólogo en Los lanzallamas:
“-¿Y usted creerá en mí?
-En los únicos que creo es en los que no tienen nada que perder.”
Yo elijo creer en esta última versión del joker.
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